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¿Querés resultados de gigante? Probá dando pasos de bebé

pasos

En mi adolescencia era un buen alumno. No es que me gustara tanto estudiar, si tengo que ser honesto. Pero me gustaba mucho menos reprobar mis exámenes y tener que continuar estudiando durante el verano. Y todavía menos que eso me gustaba tener que dar explicaciones a mis padres por no hacer bien la única responsabilidad real que tenía por aquellos años. En fin, pasé mis años de colegio secundario con buenas notas y sin demasiados sobresaltos. Al menos, en el plano académico.

Porque, en honor a la verdad, a veces mi aplicación al estudio despertaba cierta antipatía entre mis compañeros. En general, mi relación con ellos era buena pero nunca faltaba ese comentario acerca de que Ignacio era un “traga” (durante los ’90 en Argentina se les decía, peyorativamente, de esa manera a los chicos o chicas que sacaban buenas notas… “traga” viene de “tragalibros”).

El argumento que esgrimían mis compañeros para condenar mi actitud como estudiante era el siguiente: es mejor descansar todo el año y en diciembre o marzo estudiar durante un par de días para aprobar.

Yo los escuchaba y pensaba con desconcierto: “¿Sería realmente así?” Bueno, los resultados que obtenían parecían poner en duda la estrategia que defendían a capa y espada. Y es que difícilmente puedas estudiar en un par de días lo que no estudiaste en un año. Digo yo, ¿no?

Pero, más importante aún, aunque contaras con la inteligencia para hacerlo, hay algo más importante que te falta y que te pone las cosas cuesta arriba: la disciplina.

La excelencia es un hábito

Si de algo podemos estar seguros es de que el desempeño académico no es un predictor riguroso del éxito profesional. El mundo está plagado de buenos alumnos cuyas carreras profesionales nunca despegaron mucho más alto que el suelo. Y también de personas con un desempeño académico deplorable, que encontraron la manera de procurarse carreras brillantes.

En el segundo caso, de lo que podemos estar seguros es que, si de jóvenes no mostraban mucho interés por estudiar, de adultos sí comenzaron a tomarse en serio la actividad de su elección. Sino… ¿de qué otra manera pudieron haber alcanzado cierto grado de éxito?

Lo que sucede, entonces, es que cualquiera sea la actividad a la que nos dediquemos, alcanzar estándares de excelencia requerirá de nosotros un alto nivel de compromiso. Pero no un compromiso esporádico, como decían mis compañeros de colegio, sino uno constante y sostenido en el tiempo. ¿Por qué? Porque, sino, siempre quedaremos por detrás de los que, además de su inteligencia, ponen esmero en lo que hacen.

En el mundo profesional no basta con tener talento. Además, se necesita la consistencia y la dedicación que nos permita mejorar día a día y llevar nuestras destrezas a otro nivel.

La excelencia, entonces, se parece más a un hábito que a un evento. ¿Podemos hacer algo bien a través de un esfuerzo titánico de única vez? Posiblemente, pero… ¿a qué costo? ¿Y por cuánto tiempo lo podríamos sostener? La inmolación no suele resultar una estrategia ganadora en el largo plazo.

Lo grande, como lo pequeño

Los japoneses tienen la reputación de ser una sociedad muy disciplinada y trabajadora. Basta con recordar el terremoto y posterior tsunami del Gran Japón Oriental, cuando se vio arrasada la central nuclear de Fukishima I y II: A los pocos días, carreteras complemente devastadas habían sido construidas nuevamente. Y mucha de la infraestructura, vuelta a poner en funcionamiento.

Pero los japoneses, aun con su gran dedicación al trabajo, aplican una filosofía mucho más benévola y gentil que el simple esfuerzo. Se trata del kaizen, la filosofía de mejora continua que les permitió convertir en una superpotencia a una isla montañosa que apenas duplica en superficie a Uruguay, y que es hogar de 125 millones de almas.

El kaizen nos invita a abrazar los pequeños avances y victorias… pasos de bebé, como se conocen también. Por un lado, porque acumulados a lo largo del tiempo, son capaces de provocar progresos espectaculares. Pero también porque solo haciendo bien lo pequeño e insignificante podemos desarrollar la disciplina necesaria para hacer bien lo grande y trascendental.

Nos encanta creer que frente a las cosas importantes estaremos a la altura de las circunstancias. Pero si no somos capaces de cumplir un compromiso pequeño y modesto… ¿cómo vamos a poder cumplir uno grande y desafiante?

Por eso, te propongo que, desde hoy, abraces el progreso más que los resultados. No hace falta que revoluciones tu vida y lleves todo lo que hacés a otro nivel. Sería poner la vara demasiado alta y, probablemente, terminarías en una gran desilusión.

Pero mejorar cada día, al menos un poco, te va permitir desatar un ciclo virtuoso que, cuando empiece a moverse, se volverá imparable. Recordá que tus días son tus años en miniatura. Y tus años, un reflejo de la vida que elegís vivir.

Empezá hoy a dar un primer paso de bebé y comprometete a dar otro cada día. En poco tiempo vas a empezar a obtener resultados de gigante y te vas a agradecer haberlo hecho.

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