fbpx

La ley del gol

la ley del gol

Domingo 18 de diciembre de 2022. Estadio Icónico de Lusail, ciudad de Lusail, Catar. Aquel día se jugaba la final del campeonato mundial de fútbol celebrado en aquel país, el evento deportivo más popular de todo del planeta y un acontecimiento que, cada cuatro años, paraliza a la Argentina durante el plazo que dure la participación de nuestra selección.

En esta oportunidad, como había sucedido ocho años antes en Brasil, los argentinos teníamos la esperanza de ver a nuestro equipo coronarse como el monarca global del deporte que más nos gusta. La última vez, habíamos estado cerca pero tuvimos que conformarnos con el segundo puesto. Pero ahora la esperanza volvía a renacer, de la mano de la Scaloneta (nombre en honor a Lionel Scaloni, el artífice de la obra), un equipo que nos representaba y que durante los dos años anteriores se había consagrado campeón de América, ganándole a Brasil nada menos en el Maracaná, y campeón de la Finalissima, vapuleando 3 a 0 a Italia, el campeón de Europa.

Pero un campeonato mundial es otra cosa y del otro lado esperaba Francia, la vigente campeona.

Pellizcame que no lo creo

Aquel día, en el que se celebró, para muchos, la final más apasionante de todos los tiempos, se jugaron dos partidos: uno que duró desde el pitazo inicial hasta el minuto 80. Otro, desde aquel fatídico minuto hasta la definición por penales que le daría a la Argentina su tercera estrella.

Durante el primer partido, los argentinos no terminábamos de dar crédito a lo que estaba sucediendo. La Scaloneta nos regalaba un concierto de fútbol, más dulce que nuestros sueños más optimistas. Se paseaba por la cancha como si, en vez de estar enfrentando al vigente campeón del mundo, estuviese entrenando junto a un grupo de jubilados con dolor de ciático. Baile, toque, un espectáculo de buen juego cuyo cénit se produjo en el minuto 36, cuando Ángel El Fideo Di María coronó un contragolpe letal, una poesía en movimiento que ponía el marcador 2 a 0 a favor de Argentina.

El postergado sueño de volver a ser campeones del mundo después de 36 años estaba cada vez más cerca. Y, en el fondo, todos pensábamos lo mismo que narró un relator italiano luego del segundo gol: “non c’è partita, no hay partido aquí”. Jugaba un solo equipo. Su rival era una mera sombra de lo que se esperaba de él. Y así continuó la cosa hasta los 35 minutos del segundo tiempo, a sólo 10 de la gloria eterna. Pero fue en ese preciso momento que el segundo partido comenzó.

Despiértenme de esta pesadilla

Todo comenzó a desmoronarse un minuto antes. Pelotazo al vacío de un jugador francés y Nicolás Otamendi, el mejor defensor de Argentina durante el mundial, le comete un penal evitable a Randal Kolo Muani. Un minuto después, gol de Francia.

“Bueno, solo queda aguantar un poquito más… al fin y al cabo, Francia se arrastró por la cancha durante todo el partido. El penal fue solo un accidente”, pensábamos la mayoría. Pero tan sólo un minuto después (¡sí, un minuto después!), Coman le robó la pelota a Leo Messi sobre la línea lateral. Se la pasó a Rabiot, quién rápidamente tiró el centro, Mbappé se la tocó de cabeza a Thuram, Thuram se la devolvió por encima del defensor argentino y… gol de Francia. La alegría y la ilusión que se habían instalado en nuestra humanidad durante 80 minutos se esfumaron en solo sesenta segundos. Sesenta segundos que dieron inicio a una pesadilla que, aunque ahora sabemos que tuvo final feliz, no se la desearía ni a mi peor enemigo.

La (dura) ley del gol

La final de Catar 2022 representó la evidencia empírica incuestionable de una de las tantas máximas que rigen al deporte rey, y que lo convierten en el juego más apasionante e impredecible del mundo. Esta máxima, a la que llamo la ley del gol, dice así: los goles no se merecen, se hacen.

Y es que no importa cuán bien estés jugando, no importa si sos infinitamente superior a tu rival o si tus pergaminos solo te auguran triunfos y gloria. Dentro de la cancha de fútbol, gana el que marca los goles, no el que los merece. Solo esta ley podía explicar el resurgimiento de las cenizas de una Francia que ya parecía sentenciada.

Pero el fútbol es una hermosa metáfora de la vida. Y la ley del gol no opera sus efectos devastadores únicamente dentro de los límites del rectángulo verde. En nuestros trabajos, en las relaciones sociales, en casi cualquier ámbito, no siempre gana quien merece marcar el gol, sino quien lo hace.

Muchísimas veces, vamos por la vida bajo la ingenua convicción de que nuestros antecedentes pasados serán suficientes para asegurarnos un exitoso porvenir. O creemos que, por estar haciendo las cosas relativamente bien, los resultados que buscamos decantarán por su propio peso.

Y mientras que es obvio que hacer las cosas bien aumenta las posibilidades de éxito en cualquier empresa que encaremos, necesitamos tener siempre presente que “hasta que la pelota no entra al arco, no habremos anotado un gol”.

Cuando buscamos un cambio en nuestra vida, relanzarnos a algún nuevo proyecto, conseguir un objetivo que es importante, necesitamos mantenernos conscientes de que los partidos se ganan con goles, no con jugadas bonitas. Los negocios funcionan si producen ventas, no por tener un sitio web hermoso al que nadie accede. Las relaciones personales se cimientan con actos concretos, no con buenas intenciones. Las carreras universitarias se terminan resignando otros intereses y sentándonos a estudiar, no solamente asistiendo a clases o sermoneando sobre lo que sabemos.

Podemos encontrar por todos lados ejemplos de acciones que parecen acercarnos a nuestros objetivos pero que se quedan a mitad de camino. Hacemos mucho “tiki tiki”, como defensores y mediocampistas que se pasan la pelota uno al otro pero que nunca se acercan al arco rival para marcar el gol.

Hace muchos años, le compartía a una coach que me acompañó durante mi formación como Coach Ejecutivo que me esforzaba mucho para hacer prosperar mi negocio, pero que no veía que los resultados se estuvieran manifestando. Eso era algo que me frustraba mucho porque, como le decía para descargarme: “¡Hago de todo!”. Hasta que un día me preguntó: “¿Haces de todo o crees que haces de todo?”. No había tardado demasiado en darse cuenta de que mis acciones eran como pases inocuos entre defensores y mediocampistas. Estaba siempre ocupado, tenía la posesión de la pelota, pero nunca se la daba a los delanteros para que marcaran el gol. El día que lo entendí, cambió el juego para mí y empecé a conseguir los resultados que, hasta ese momento, se me presentaban esquivos.

Te invito, entonces, a que recuerdes siempre la ley del gol. Y que, a partir de ahora, no te cuentes la triste historia de que merecés eso que tanto anhelás. Mejor, rompé el arco rival de un pelotazo y ocupá el lugar que merecés.

Compartilo

Subscribite

¿Te gustaría recibir tips y sugerencias para aumentar tu productividad, mejorar tu comunicación o desarrollarte profesionalmente? Subscribite y cada mes te enviaremos material exclusivo.

Artículos relacionados

tiempo de descuento

La paradoja del tiempo de descuento

¿Te preguntaste alguna vez por qué los jugadores de tu equipo comienzan a darlo todo cuando se está por terminar el partido? Por la misma razón por la que nosotros procrastinamos lo importante. Leé esta artículo para dejar de ser víctima de “la paradoja del tiempo de descuento”.

la ley del gol

La ley del gol

Muchas veces vamos por la vida bajo la ingenua convicción de que nuestros antecedentes pasados bastarán para asegurarnos un exitoso porvenir. Si sos de pensar así, leé este artículo para conocer la demoledora “ley del gol”.