Pocas cosas resultan más pintorescas en el fútbol que sus mil y una supersticiones. Dudo que exista un deporte que concentre tantas creencias que rozan lo fantástico. Son las famosas leyes no escritas de este maravilloso juego. Y una de las que encuentro más divertidas es la creencia de que la pelota siempre busca al goleador.
Esta es una máxima que no resiste ningún análisis, que no tiene ni pies ni cabeza desde el punto de vista racional… a menos que hayas visto suficiente fútbol a lo largo de tu vida. Cuando sos un futbolero de pura cepa, de esos que jamás se perderían ese partidazo entre San Marino y Gibraltar, comprendés cabalmente que, en efecto, la pelota siempre busca al goleador.
El optimista del gol
Martín Palermo fue un futbolista argentino que brilló en Boca Juniors, uno de los equipos más importantes de su país. Lo apodaban “el Loco” por los divertidos festejos que realizaba en los inicios de su carrera. Pero con los años, se lo comenzó a conocer con un mote mucho más acertado con lo que se veía en la cancha: el Optimista del Gol.
Palermo no era un jugador particularmente dotado a nivel técnico y aunque tenía un porte imponente, tampoco se destacaba por su potencia física. ¿Cuál fue, entonces, la gran cualidad que lo convirtió en el máximo goleador de la historia de Boca? Un optimismo para el gol que rozaba lo demencial.
Palermo pateaba al arco desde cualquier lado. Tan pronto vislumbraba una mínima oportunidad para hacerlo, remataba. Y lo hacía con suerte dispar. A veces la pelota se iba a cualquier lado. Pero él no tenía miedo al ridículo. O, si lo tenía, era mucho más fuerte la confianza en su capacidad de anotar.
Así, entre sus goles más inexplicables se pueden mencionar: un gol de penal a Platense en el que le pegó a la pelota con las dos piernas a la vez, un gol a River en el que se encontraba colgando del travesaño, gol a Colón de Santa Fe con los ligamentos de la rodilla rotos, gol de cabeza a Vélez desde la mitad de la cancha y otro a San Lorenzo, en el que intentó tirar un centro y la pelota sencillamente se metió en el arco.
Él siempre estaba ahí, dispuesto a intentar lo imposible. Y, a veces, lo imposible se hacía realidad.
Que la gente crea
Durante la Copa Libertadores de 2018, River Plate, el máximo rival de Boca, enfrentaba en las semifinales a Grêmio de Porto Alegre, el último ganador de la competencia. El primer encuentro se celebró en el estadio de River y rápidamente quedó en evidencia porqué los brasileños eran los vigentes campeones: se trataba de lo que en la jerga futbolera se denomina como un “equipo copero”. Duros, ventajeros, haciendo tiempo desde el primer minuto de juego y sacándole agua a las piedras para provechar la única oportunidad que tuvieron durante todo el partido. ¿El resultado final? 1 a 0 a favor de los brasileños.
El pase a la final del torneo de clubes más importante de América se definiría una semana después en tierras gaúchas y la cosa pintaba verdaderamente difícil para River que, si bien había jugado mejor durante el primer partido de la serie, tenía que visitar a Grêmio con el resultado en contra. Pero durante la conferencia de prensa posterior a la derrota en Buenos Aires, Marcelo Gallardo, entrenador del equipo argentino, hizo una declaración que sería recordada como uno de los momentos más épicos del torneo. Tomó el micrófono, miró a las cámaras y dijo:
“Que la gente crea porque tiene con qué creer”
Siete días después, River vencería a Grêmio en Brasil y clasificaría a una final histórica contra Boca que, a la postre, también ganaría.
¿Tenés con qué creer?
Los dos héroes de esta historia, Martín Palermo y Marcelo Gallardo, compartían un rasgo en común, cada uno desde un rol diferente y desde la vereda opuesta de la idiosincrasia futbolera argentina: confiaban en los recursos con que contaban. Eso hacía que Palermo pateara al arco desde cualquier lado y que Gallardo estuviese convencido de una victoria que se antojaba poco menos que utópica. Es que dicen que la fe mueve montañas.
La pregunta que me gustaría hacerte, entonces, es… ¿vos tenés con qué creer? Muchas veces, tenemos aspiraciones e intentamos tomar como ejemplo a personas que ya han logrado aquello a lo que aspiramos. Son nuestros modelos a seguir. Y en pos de imitarlos y achicar la brecha que nos separa, buscamos hacernos con los mismos recursos que ellos. Pero equivocamos qué recursos debemos emular.
En vez de desarrollar los recursos internos y personales que pusieron a esos referentes en el lugar que hoy ocupan, adquirimos los recursos externos que ellos utilizan, con la esperanza de que éstos nos permitan parecernos:
- Usamos la misma ropa deportiva con la aspiración de exhibir un estado atlético similar.
- Compramos esa computadora que, al usarla, nos asegura que pensaremos de un modo diferente.
- Nos compramos unos anteojos bien trendy con la ingenua ilusión de que potenciarán nuestra creatividad.
Y si bien no hay nada de malo en adquirir estos bienes, el problema está en que enfocamos la ecuación exactamente al revés de como deberíamos hacerlo: los recursos externos no potenciarán nunca nuestros recursos internos. En cambio, ser más competentes y productivos nos permitirá acceder a los recursos externos con que cuentan las personas que admiramos. Es nuestro crecimiento y nuestra capacidad la que atrae lo externo.
Es por esta razón que se dice que la pelota siempre busca al goleador y no al revés. El goleador está tan seguro de su capacidad de embocarla que la pelota, casi por arte de magia, termina cayendo a sus pies, incluso como consecuencia de sucesivas carambolas. ¿Te parece inverosímil? Entonces, te falta mirar más fútbol.
Por eso, quiero invitarte a que, cualquiera sea tu objetivo en la vida, siempre pongas primero tu desarrollo y crecimiento. Si querés duplicar tu impacto y tus ingresos, triplicá la inversión en tu desarrollo personal y profesional. A la larga, es la única forma segura para “anotar más goles”.