¿Quién no escuchó, alguna vez, este intercambio entre periodista y jugador de fútbol durante una entrevista post derrota?
Periodista: ¿Cuáles son tus primeras sensaciones después de este resultado?
Futbolista: Bueno, mucha bronca… dejamos todo en la cancha pero sabíamos que iba a ser así: nos enfrentábamos a un equipo duro, bien trabajado…
Sabíamos que iba a ser así. Se trata de una muletilla architrillada que aplica a casi cualquier situación vinculada al mundo de la pelota y que opera como justificación a un traspié: si nos metieron un gol de cabeza, “sabíamos que iba a ser así, el equipo contrario tenía buen juego aéreo”. Si te ganaron jugando al contraataque, “sabíamos que iba a ser así, ellos te esperan y te matan de contra”. Si teníamos que aprovechar las pocas oportunidades que tuviésemos durante el partido, “sabíamos que iba a ser así, teníamos que golpear en las pocas jugadas que tuviéramos a favor”.
Pero si sabíamos que iba a ser así… ¿por qué no hicimos nada al respecto? Señoras y señores, bienvenidos al mundo del autoengaño.
No pongas tomate a tu ensalada de frutas
Vivimos en la era de la información. Como nunca antes en la historia, tenemos al alcance de nuestros dedos más datos que los que albergaba la biblioteca de Alejandría, la más grande de su tiempo. No resulta extraño que recurramos a un sinfín de herramientas disponibles cada vez que necesitamos resolver alguna cuestión: Google, ChatGPT, Wikipedia. Los recursos están a la orden del día.
Pero todos ellos, en el mejor de lo casos, lo que nos pueden ofrecer es conocimiento. Y, contrario a la creencia popular, el conocimiento no es poder. Lo que nos empodera es la capacidad de utilizar esa información para mejorar nuestras circunstancias, para actuar de un modo diferente al que veníamos haciéndolo.
Esta es la gran diferencia con el concepto de sabiduría. Conocimiento es saber que un tomate es una fruta. Sabiduría, en cambio, es no ponerlo a tu ensalada de frutas.
Cocodrilo que se duerme es cartera
Como comentaba unos renglones más arriba, lo único que tiene el poder de cambiar (y mejorar) nuestras circunstancias es la manera en que aplicamos la información que tenemos a nuestra disposición. ¿Tiene sentido, verdad?
Es como en el fútbol: si sabías que tu rival se iba a comportar de una determinada manera… ¿por qué no hiciste algo por neutralizarlo? Posiblemente, porque no tenías ni la menor idea de lo que iba a hacer.
Pero ninguno de nosotros está exento de cometer esta tontería: ¿cuántas veces nos dijimos “yo sabía que iba a pasar X” y, sin embargo, nos encontramos padeciendo sus consecuencias? Esto se puede deber a dos razones:
- La primera, que en realidad no hubiésemos sabido lo que esperar de esa situación. En tal caso, decirnos que sabíamos cómo resultarían las cosas no es más que un autoengaño. Como manera de canalizar nuestra frustración, puede resultar útil, pero tené cuidado porque repetirte una mentira demasiadas veces puede llevarte a un lugar muy peligroso. Te invito a leer el artículo Sin cassette para conocer porqué.
- La segunda razón, también bastante plausible, es que hubiésemos sospechado lo que ocurriría pero que, por falta de certezas o por simple desidia, hayamos pecado de inacción. Nos conformamos con el conocimiento que teníamos de la situación, pero carecimos de la sabiduría necesaria para hacer algo al respecto. Y acá estamos, sufriendo por las implicancias.
Y esto último es lo peor que podemos hacer porque saber algo y no actuar, es lo mismo que no saberlo en absoluto.
El paso definitivo
Como nos enseña La ley del gol, tanto en el fútbol como en la vida, “los goles no se merecen, se hacen”. Esto conlleva un mensaje claro y contundente: el paso definitivo para transformar nuestras ideas en una realidad es ponernos en acción.
No confundir divagar sobre un tema y sus posibles consecuencias con hacer, efectivamente, algo para mitigarlas:
- Si sé que es bueno para mi salud realizar ejercicio, levantarme del sillón y, al menos, salir a caminar unas vueltas a la manzana cada día.
- Si sé que no debería tomarme las cosas personalmente, contar hasta mil y, con un sentido crítico, poner a prueba mi interpretación de lo sucedido antes de reaccionar con agresividad.
- Si sé que necesito aclarar un tema con una persona significativa en mi vida, tragarme el orgullo y abrir esa conversación antes de que la sangre llegue al río.
Así puede seguir el listado, pero ya sabés de lo que te hablo.
Por supuesto que, entre la intención y la acción, muchas veces, se cuelan todos nuestros monstruos y fantasmas. Por lo general, lo que nos impide actuar es el temor a una posible consecuencia negativa de nuestro accionar. Y con ellas, el daño a nuestro orgullo y sentido de valía personal. A todos nos pasa.
Por eso, te dejo una frase que te puede ayudar a dar ese primer paso:
«El primero en disculparse es el más valiente. El primero en perdonar es el más fuerte. Y el primero en olvidar es el más feliz»
Y si no necesitás hacer nada de esto, te comparto una idea complementaria con el mismo espíritu: «el primero que pega, pega dos veces».
¿Ya sabías que iba a terminar así? Haya sido así o no, te invito a dejar el divague y tomar acción. Tu futuro yo te lo va a agradecer.