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No empeores las cosas

A veces, los tiempos vienen bravos, difíciles. Hay momentos de la vida en que los dioses de la mala fortuna parecen ponerse de acuerdo para jugarte una mala pasada y complicarte la existencia.

Se te cae ese negocio en el que venías trabajando desde hace tiempo. Tus hijos te traen malas calificaciones del colegio o te hacen muchos más berrinches que los que un ser humano puede soportar antes de caer en la insanía. Los precios no paran de aumentar y llegar a fin de mes parece una quimera. Y, para ponerle la frutilla al postre, tu pareja te reclama que deberías estar más presente. ¡Bingo!

Cuando algo parecido a esto te sucede, no hay mucho que puedas hacer. O, en realidad, habrá algunas cosas que dependan de vos y sobre las que vas a poder actuar. Pero otras, seguramente, te excedan por completo y resignarte parecería lo más sensato.

Pero… ¡un momento! Hay algo mejor que siempre está a tu alcance. Algo que, quizás, no resuelva tus problemas pero que, te aseguro, va a contribuir muy positivamente a que los transites con cierto bienestar. Eso que podés hacer y que tiene un poder incalculable es lo siguiente:

No empeorar las cosas.

El pirómano que hay en ti

A todos nos encanta vernos como personas equilibradas y capaces de responder con aplomo y sabiduría ante los desafíos que nos presenta la vida. Y, cuando estos desafíos llegan de a uno por vez, muchas veces somos capaces de estar a la altura de esa imagen.

Pero cuando nos encontramos con un póker de contratiempos, seamos honestos: no siempre nuestra mejor versión es la que ocupa el asiento del conductor.

Cuando las papas queman, nuestras emociones empiezan a controlarnos y nos volvemos reaccionarios, irracionales y malhumorados. Y con esto, en vez de solucionar las cosas, terminamos echando más leña al fuego.

No profetices el apocalipsis

¿Y cuáles son las dos actitudes más frecuentes cuando las dificultades nos desbordan? A ver si te resultan familiares:

Quejarnos

Quejarnos y culpar a los demás comparten la misma reacción biológica que tener un triunfo o una alegría: liberan dopamina en nuestro organismo. La dopamina es el neurotransmisor que nos produce bienestar y placer. Por eso, quejarse se siente tan bien. El problema es que el único que se siente (algo) mejor sos vos. Todos los que están a tu alrededor tienen que convivir con tu llanto, tus excusas o tus profecías de un apocalipsis inevitable que, por lo general, nunca sucede.

Y es que, cuando estamos preocupados, proyectamos el futuro en función de nuestros propios temores. Pero son muchas más las veces que esos temores jamás llegan a manifestarse. Ya lo dijo el filósofo francés, Michel de Montaigne: “Mi vida ha estado llena de terribles desgracias, la mayoría de las cuales, nunca sucedieron”.

Perder el control sobre uno mismo

Cuando perdés el control es porque tus emociones tomaron el comando de tu vida. No se trata de restarle autoridad a tu mundo emocional, pero lo cierto es que, cuando actuás sin el filtro de la razón, generalmente terminás arrepintiéndote de tus actos. ¿Me equivoco?

En este sentido, lo más importante que tenés que entender es que las emociones, por definición, tienen corta duración. Como cuando tu equipo mete un gol, que te abrazás con desconocidos y saltás durante algunos minutos pero, pasado un tiempo, volvés a ser una persona “normal”.

Con este conocimiento bajo el brazo, tenés la oportunidad de no actuar de forma inmediata cuando una emoción te desborda y darle tiempo a que decante. Salí a dar una vuelta, conversalo con la almohada, descargá tus malas ondas en el gimnasio. Hacé cualquier cosa que te permita ganar tiempo y, con eso, tus emociones se van a aplacar y vas a poder observar todo desde otra perspectiva.

Si no podés mejorar las cosas, al menos, no las empeores

Pero la esencia de este artículo es la que le da su título: si no podés mejorar las cosas, al menos, no las empeores.

¿Qué resultado positivo puede traer a tu vida darles una mala respuesta a tus hijos o a tu pareja? ¿Y rendirte en vez de seguir luchando por eso que todavía se te presenta esquivo? ¿A qué lugar bueno pueden conducirte la preocupación o el estrés?

Recordá que un pesimista y un optimista se equivocan con la misma frecuencia. La diferencia es que el optimista es infinitamente más feliz. De eso se trata la cosa: de transitar los distintos desafíos con el mayor bienestar posible. Y, en el camino, buscar las formas de actuar sobre aquello que está en nosotros mejorar.

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