Jorge Valdano, el exfutbolista campeón del mundo con Argentina en México ’86 y exentrenador del Real Madrid, es reconocido en todo el planeta como una de las mentes más perspicaces y brillantes del fútbol, un filósofo, por así decirlo, con una capacidad única para abordar los temas relativos al deporte más lindo con una profundidad que pocos de sus colegas pueden alcanzar.
Y entre sus muchas reflexiones, existe una en cuya sencillez radica también su sofisticación:
El fútbol es la cosa más importante de las cosas menos importantes
Esta expresión captura la idea de que, aunque el fútbol no es una necesidad vital como la comida, el agua o la salud, tiene una importancia emocional, social y cultural que lo eleva muy por encima de otras actividades no esenciales. Tiene sentido, ¿no?
¿Por qué otra razón una persona cruzaría el planeta entero para ver jugar a su equipo, cuando puede hacerlo cómodamente desde el sillón de su living?
¿Por qué otra razón países enteros se detienen, y hasta conflictos bélicos han sido puestos en pausa, a raíz de una contienda futbolística?
¿Por qué otra razón millones de personas se congregarían, de manera asfixiante, junto a algún monumento para celebrar una victoria deportiva?
Porque el fútbol es mucho más que un deporte. Es lo más importante de todo lo que no es importante. Por eso es tan hermoso.
El único problema se presenta cuando, para algunos, el fútbol es lo más importante… y punto. Fin de la oración.
¿Qué es lo importante?
Pocas cosas me han impactado más en mi vida que ser testigo de la violencia en el fútbol. Porque, claro, cuando algo despierta pasiones tan fuertes, no siempre podemos garantizar que esas pasiones se canalicen hacia el lugar correcto. Y, en nombre de ellas, muchas personas vuelcan enormes cuotas de violencia en este juego: hinchas de dos equipos que se lastiman y hasta matan, insultos de todo tipo a los jugadores del equipo rival, profundas alteraciones del ánimo cuando nuestro equipo pierde, golpes de todos los tipos y colores con tal de ganar un partido amateur. Ya sabés de lo que hablo.
¿Qué lleva a una persona a dar tanta importancia a lo que sucede con una pelota? Podemos abordar la cuestión desde diferentes ángulos: el sociológico, el psicológico, incluso, el económico… pero creo que la respuesta es más simple de lo que parece: porque esas personas ponen en el fútbol todo su sentido de realización personal. Si su equipo gana, ellos ganan. Si su equipo pierde, ellos pierden. Su grado de identificación llega a tal punto que se mimetizan por completo con los resultados obtenidos por jugadores que no conocen personalmente y que sólo están haciendo su trabajo.
Pero nuevamente… ¿por qué? Porque, intencional o casualmente, no han podido fortalecer otras áreas de su vida, como tener un propósito, formar familia, cultivar verdaderas amistades, desarrollar su intelecto o cualquier otra que tenga, en sus miradas, un valor tal que haga ver al fútbol como lo que es: un entretenimiento apasionante pero bastante trivial.
Como en el fútbol, en la vida
Ahora bien, lo que acabo de describir no se aplica únicamente a este deporte. Así como muchas personas compensan su falta de triunfos personales haciendo propios los de su equipo, transformando a este último en su propia identidad, tampoco escasean quienes adoptan la misma actitud en relación a sus trabajos, a su economía o a su reputación.
Y mientras que no hay nada de malo en llevar nuestras carreras, nuestro pasar económico o nuestra imagen lo más alto que nos sea posible, transformar cualquiera de estos rasgos en nuestra identidad nos conduce a un lugar muy peligroso y oscuro.
Si observamos con atención, veremos que todos podemos hacer mucho por potenciar cualquiera de estos ámbitos. Pero, al final del camino, todo lo que hagamos se topará con algo que excede por completo nuestra capacidad de acción: el permiso de los demás.
Claro, porque en cualquiera de estos dominios necesitaremos interactuar con otras personas, cuyas opiniones y decisiones impactarán en los resultados que obtengamos. Nadie construye una carrera exitosa sin el apoyo de otros que se encuentran en una posición de mayor poder o influencia. Nadie construye un negocio próspero sin clientes que paguen por sus productos o servicios. Nadie edifica una gran identidad pública sin la aprobación ajena. Siento decepcionarte, amante de la idea del self-made man, pero es humanamente imposible hacerlo solo.
Lo que realmente importa
Esto nos lleva a preguntarnos qué es lo que realmente importa en la vida. Y siento que sería muy pretencioso ofrecer un decálogo acerca de un tema tan relevante y personal.
Pero lo que sí creo es que lo que realmente importa se relaciona más con la persona en la que somos capaces de convertirnos que con cualquier logro externo que alcancemos. Cosechar un carácter estable, ser capaces de sobreponernos a las dificultades, intentar dar lo mejor de nosotros en cada situación, actuar de forma alineada con nuestras prioridades, procurar enseñar con el ejemplo. Estas son algunas cualidades que no nos garantizan el éxito en lo que hagamos, pero al menos nos dejarán dormir en paz si no conseguimos nuestros objetivos. Son cualidades y actitudes que dependen únicamente de nosotros y que vale la pena cultivar.
¿Será siempre fácil? Ojalá lo fuera. Pero lo divertido no es volvernos infalibles en cualquiera de estas cosas. Lo enriquecedor es el proceso y la persona en quien nos transformamos para poder transitarlo. Alguien que, sin dudas, seguirá disfrutando del fútbol y alentando a su equipo, pero siempre sabiendo que no es otra cosa que lo más importante de las cosas menos importantes. Y nada más.