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Tú no has ganado nada

tú no has ganado nada

José Luis Félix Chilavert es un exfutbolista paraguayo que tuvo una exitosísima carrera entre los años 1980 y 2004. Ocupaba el puesto de arquero (así le decimos en Argentina al portero) y tuvo un impacto imborrable allí por donde jugó.

Chilavert no solo fue escogido como el Mejor Portero Sudamericano del Siglo XX y mejor portero del mundo en tres oportunidades, sino que su leyenda se extendió también al arco rival: es el segundo arquero más goleador de la historia del fútbol, gracias a su exquisito pie izquierdo, que le permitió anotar goles de penal, tiro libre y hasta desde atrás de la mitad de la cancha.

Pero ninguna de sus muchas aptitudes técnicas puede compararse con el rasgo más distintivo de este emblema del fútbol guaraní: su fuerte personalidad. Chilavert era de esos jugadores cuya presencia intimidaba a sus rivales y podía reducir a los mejores delanteros a su mínima expresión. Era, hablando de forma llana, un tipo duro. Incluso, hay quienes lo han llegado a catalogar como “el enemigo de todos”. Disputas con rivales, compañeros de equipo, directores técnicos, dirigentes, con la prensa. No se salvaba nadie. Entre sus artimañas más habituales había golpes, comentarios hirientes, insultos, escupitajos. Completito.

También, es justo decirlo, es reconocido por una cualidad que igualaba su prepotencia dentro de la cancha: los enormes actos de beneficencia que, cuentan las crónicas de aquellos años, realizaba en el más completo anonimato.

Se trataba de un personaje muy particular cuya generosidad fuera del campo de juego se contraponía a una postura pendenciera que lo convertía en el objeto de odio de muchos de sus compañeros de profesión.

En Internet podemos hacernos un festival buscando las más desafortunadas frases de la versión bravucona del protagonista de este artículo. Una rápida búsqueda en YouTube nos puede hacer pasar un buen rato ya que, por la mitad de lo que se declaraba en los años ’90, serías sentenciado a prisión preventiva en un mundo de susceptibilidad de cristal como el actual.

Y una de las declaraciones que inmortalizó a José Luis Chilavert fue la recordada: “Tú no has ganado nada”.

La paja en el ojo ajeno

Esta frase, tal vez la respuesta más icónica y célebre de todas las que se recuerdan del arquero paraguayo, no surgió de la nada. Y, quien no conozca el trasfondo de la historia, podría sentirse tentado a etiquetarlo como un arrogante. Pero los hechos se dieron así:

En medio del tumulto de reporteros que diariamente buscaban sus picantes declaraciones, un periodista vociferó: “Ahí está el que se cree número uno del mundo”.

A lo que nuestro héroe, apoyándose en sus tres galardones como el mejor del planeta y los tantos títulos que había conquistado a lo largo de su carrera, le respondió:

Usted nunca vivió el éxito. Usted es un fracasado. Tú no has ganado nada.

Posiblemente, muchos de nosotros hubiésemos preferido pasar por alto la provocación. Pero esa no era la naturaleza de Chilavert. Mucho menos, cuando tenía razones para sentirse el mejor del mundo o, por lo menos, alguien muy exitoso.

Y el éxito tiene una particularidad muy notoria: despierta envidia en los demás. Así, no es difícil que una persona exitosa se vea frecuentemente atacada por aquellos que desearían ocupar su lugar.

En este punto, lo más fácil sería adoptar una postura de superioridad moral y desarrollar una extensa teoría sobre los vicios de la envidia. O, mejor aún: recordar que Napoleón Bonaparte la definía como “una declaración de inferioridad”. Pero, seamos sinceros: todos, en algún momento, sentimos envidia de alguien más. Tal vez en la niñez, de un compañerito a quien le regalaron el juguete que nosotros queríamos; tal vez en la adultez, cuando alguien a quien consideramos nuestro par, consigue los resultados que nosotros anhelamos.

Y, cuando esto sucede, buscamos por todos los medios argumentos que expliquen por qué la persona objeto de nuestros celos no merece aquello que tiene. Hablamos de cómo la suerte estuvo de su lado y no sé cuántas cosas más. Les buscamos defectos hasta donde no los tienen y pasamos por alto los propios. En otras palabras, vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

Un enfoque más constructivo

Resentir los éxitos ajenos no es una de las cosas más honorables que podamos hacer. Pero no por eso debemos negar que se trata de una actitud bastante humana. Al fin y al cabo, cuando uno anhela fervientemente algo que otro ya consiguió, es comprensible que afloren esos sentimientos de recelo y criticismo.

Pero existe algo mucho más poderoso que puede aflorar en nosotros ante el éxito ajeno: la admiración. Porque con ella, comienzan a tener lugar preguntas poderosísimas con el potencial de ponernos en el camino correcto para alcanzar eso que buscamos:

¿Cómo hizo para lograrlo?

¿Sabrá algo que yo no sé? ¿Cómo puedo aprenderlo?

¿Habrá hecho algo que yo no hice?

¿Y si le pido que me cuente cómo lo consiguió o me dé un consejo?

Todas estas preguntas, y tantas otras que podrían ocurrírsenos, parten del reconocimiento de que la otra persona tuvo que haber hecho algo bien para alcanzar nuestro objeto de deseo. Algún mérito debe tener. Y, si hizo algo que nosotros no, tal vez podamos comenzar a transitar ese mismo camino.

Dos cosas se necesitan para abrirnos a este enfoque, mucho más constructivo: humildad para reconocer los méritos ajenos y curiosidad para aprender cuál es la forma de alcanzarlos.

Así, quién te dice, en algún momento consigas eso que tanto buscás y puedas pasar la llama a quienes, como alguna vez te ocurrió a vos, todavía lo están buscando.

Y si, al saborear las mieles del éxito, alguien te critica y ese día te sentís medio bravucón, podrás, como Chilavert, mirarlo con desprecio y responderle: “Tú no has ganado nada”.

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