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El fulbo siempre te da revancha

El fulbo siempre te da revancha

La famosa frase, que todos conocemos y que dice “la excepción confirma la regla”, proviene de un principio jurídico medieval que puede interpretarse como que si existe una excepción, debería también existir una regla para la que se aplique dicha excepción. De esta línea de pensamiento se desprende el tema de esta publicación.

Porque así como una de las normas invisibles más conocidas del fútbol es que dos cabezazos en el área son gol, ley que captura la idea de que el fútbol (y la vida) te perdonan un error, pero no dos, existe también su antagonismo, que se escucha una y otra vez en las entrevistas televisivas post-partido: el fulbo siempre te da revancha.

La insaciable sed por comprender

Los seres humanos somos animales algo especiales. Como mamíferos, compartimos infinidad de similitud con otros habitantes de nuestro planeta, especialmente con los chimpancés y los bonobos, con quienes tenemos una coincidencia genética del 98,7%. Pero en ese escaso 1,3% que nos diferencia radica la magia, el factor que hace que ellos cuelguen desnudos de los árboles mientras que nosotros lanzamos satélites al espacio y trabajamos para transformarnos en una especie interplanetaria. Esa magra diferencia se trata del neocórtex, la porción del cerebro que nos hace razonar, reflexionar, comunicarnos y coordinar acciones con una efectividad que ningún otro animal puede hacerlo. Es también lo que nos hace conscientes de nosotros mismos.

Esta conciencia de nuestra propia vida nos lleva a un lugar muy profundo y universal, que es la necesidad de comprender. Preguntas como “¿De dónde venimos?” o “¿Hacia dónde vamos?” se encuentran en el corazón de las inquietudes de nuestra especie desde que el hombre es hombre.

Y esa insaciable necesidad por comprender nuestras vidas y por qué nos pasa lo que nos pasa nos lleva, muchas veces, a sesgar nuestras interpretaciones de la realidad. A atribuir relaciones de causa-efecto ahí donde no las hay.

Regresando al mundo de la pelota, solemos escuchar la frase que da el título a esta reflexión en boca de futbolistas que transitaron alguna contrariedad, como una lesión prolongada, una seguidilla de malos rendimientos, un penal errado, etc. Y, cuando un evento de signo contrario acontece, como marcar el gol de la victoria de su equipo, encuentran la explicación que le da sentido a todo en que “el fúlbo siempre te da revancha”.

Ahora, seamos honestos: una cosa no tiene nada que ver con la otra. Meter el gol del triunfo no tiene ninguna correlación con la lesión que lo alejó de las canchas durante tantos meses, o con el penal que erró y el acoso que padeció por parte de los hinchas de su propio equipo. Nada. Son hechos aislados, situaciones propias de este deporte y nada más. Pero encontrar una explicación le da paz. O algo más importante: le permite darles sentido a los tormentos que tuvo que padecer.

La búsqueda del sentido

Creo que las personas necesitamos atribuir un sentido a los sucesos que rodean nuestras vidas por una combinación de factores que entran en juego en simultáneo:

  • Por un lado, la vida no siempre es fácil y, mucho menos, justa. Tenemos aspiraciones que no se materializan, suceden desgracias que nos hacen perder el equilibrio emocional, sufrimos enfermedades y enfrentamos desafíos de lo más diversos.
  • Por el otro, las personas tenemos una necesidad muy arraigada y primitiva, que es sentirnos importantes. Necesitamos sentir que nuestra vida sirve para algo, que nuestro paso por este mundo no fue en vano.

Y cuando lo segundo se topa con lo primero, por lo general, sufrimos. Sufrimos mucho. Porque esos obstáculos se interponen con nuestra profunda necesidad de hacer de nuestra existencia algo que valga la pena, mínimamente, a nuestros propios ojos.

Es así que encontrar un sentido mayor al sufrimiento, una razón oculta detrás de él, es lo que nos permite mantenernos de pie, no perder la cordura ni la voluntad en nuestra búsqueda de significado y trascendencia.

Una carga sobre tus hombros

Vivimos en tiempos en que la invitación omnipresente es a “vivir livianos”, viajar por la vida “sin ataduras” ni responsabilidades. Suena atractivo, no lo voy a negar. Pero también suena ingenuo. Porque, nos guste o no, la vida siempre nos presentará desafíos y dificultades. Y si nuestra expectativa es vivir livianos, terminaremos empapados por un monumental baldazo de agua helada.

Necesitamos ser conscientes de que no todo será como lo buscamos, que las cosas no siempre saldrán al primer intento, que en ocasiones fracasaremos. Y estar en paz con esto. Incluso, si alguna vez llegamos a ser lo suficientemente sabios, hasta podríamos llegar a ver estos reveses como regalos que nos permiten crecer y evolucionar. Pero  por ahora, no apuntemos tan alto, quedémonos en algo más terrenal.

Según Jordan Peterson, el psicólogo canadiense, la mejor manera de soportar los sinsabores de la vida es asumir una gran responsabilidad: la responsabilidad de cuidar de nuestra familia, de desarrollar nuestra vida en una dirección ambiciosa y desafiante, de ayudar a que florezca nuestra comunidad, etc. Porque cuando llevamos, voluntariamente, una carga sobre nuestros hombros, tendremos un móvil lo suficientemente poderoso para soportar con valentía y resiliencia cualquier dificultad que se nos presente.

Te invito a repasar tu pasado: ¿cuántas veces te preocupaste por pequeñeces para, por el contrario, ser capaz de soportar un enorme tormento con coraje y decisión? Seguro que sabés de qué te hablo. Y también estoy seguro de que, aquellas veces que soportaste lo insoportable, fue porque una fuerza mayor te mantenía en pie: luchar por cuidar a un ser querido, llevar comida a tu mesa, alcanzar un objetivo significativo.

Por esta razón, elegir qué carga queremos llevar y poner toda nuestra energía en eso, no solamente nos conducirá a un lugar valioso y transcendente que dará sentido a nuestras vidas. También nos permitirá soportar cualquier embate que nos toque enfrentar. Y no será una cuestión de que “nos hayan dado revancha”. Será una cuestión de decisión personal, la de sentarnos en el asiento del conductor de nuestra propia historia.

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