El experiodista deportivo argentino Dante Panzeri definió al fútbol como “dinámica de lo impensado” porque, según sostenía, no importa cuánto se entrene o se practique, este juego siempre termina estando sometido a situaciones imprevistas, impensadas, que alteran su resultado y lo convierten en uno de los deportes más fascinantes del mundo.
No obstante, aun reconociendo cierto mérito en esta línea de pensamiento, el deporte rey está regido por un sinfín de normas, axiomas, paradojas y leyes invisibles, imposibles de encontrar en ningún recoveco de su reglamento, pero que, sin embargo, parecen repetirse a través de siglos y geografías. Y una de esas reglas invisibles pero letales dice así:
Dos cabezazos en el área = gol
¿De qué se trata? Bueno, pensemos en la probabilidad de que un único golpeo de una pelota contra una cabeza se transforme en gol.
Por empezar, debe existir una perfecta sincronización de tiempo y espacio para que un objeto que se desplaza por el aire, sea desviado voluntariamente en su trayectoria con dirección a un arco cuya superficie es de sólo 17,86 metros cuadrados. Además, debemos tener en cuenta una serie de elementos que reducen aún más esta probabilidad:
- La pelota en cuestión no necesariamente viajará en dirección de la cabeza que debe desviar su trayectoria, sino que ésta deberá arrimarse al esférico a través de un salto y una precisa coordinación corporal por parte de su dueño.
- También debemos tener en cuenta que existen obstáculos que intentarán impedir este encuentro entre la pelota y la cabeza. Estamos hablando, claro está, de todos esos jugadores del equipo rival que tratarán de interponerse en la trayectoria del balón para evitar que sea golpeado con éxito.
- A su vez, no debemos descartar la posibilidad de que el jugador que se dirige a cabecear el balón se encuentre en posición adelantada (offside) o cometa una falta en su intento de hacerlo.
- Por último, no olvidemos al arquero (portero), una persona con reflejos felinos, entrenada especialmente para desplazarse a altas velocidades y que, adicionalmente, cuenta con la ventaja de ser el único jugador que puede utilizar sus manos para atrapar la pelota o bloquear su dirección.
Si observamos esta consecución de hechos desde la perspectiva del equipo que se encuentra defendiendo, debería ser bastante improbable recibir un gol de cabeza. Al punto tal que, de producirse uno, se tratará más de falencias defensivas propias que de méritos del equipo atacante.
De acá surge la regla que mencionábamos algunos párrafos más arriba: “Dos cabezazos en el área = gol”. Porque, teniendo en cuenta lo difícil que es que se produzca un solo cabezazo exitoso en el área de tu equipo… ¿cuántas chances hay (o debería haber) de que tu rival cabecee la pelota dos veces dentro de tu área y que eso se transforme en gol? Se trata de algo, evidentemente, muy improbable. Y si sucede, bueno, a llorar a la Iglesia. Te la buscaste por permitir que acontezca lo casi imposible no ya una vez, sino dos.
La vida te perdona una, pero no dos
¿Y qué tiene que ver esto tu vida? Bueno, dejame que lo ponga en estos términos: podés equivocarte una vez, eso le puede pasar a cualquiera. Pero si no aprendés la lección y volvés a cometer el mismo error, vas a tener que ir a buscarla al fondo de la red.
Cuando nos equivocamos, a veces lo hacemos por negligencia, otras por falta de experiencia. Incluso, en ocasiones nuestros errores se dan en contextos de coincidencias increíblemente fortuitas que parecen haberse confabulado en nuestro perjuicio. “Esto no puede volver a suceder, no se puede tener tanta mala suerte”, nos decimos en busca de consuelo y, tal vez, minimizando las posibilidad de reincidencia del hecho en cuestión. Pero, al hacerlo, pasamos por alto la oportunidad de aprender una valiosa lección.
La regla de los dos cabezazos en el área nos invita a aprender de nuestros errores. Aún si los cometimos en escenarios excepcionales, necesitamos reflexionar sobre lo que falló, aprender lo que nos haga falta para desempeñarnos mejor en el futuro y así no volver a cometer el mismo error. Porque, de hacerlo, tal vez terminemos pagando un precio todavía más alto que la primera vez.
Dicen que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Bueno, mejor prestar atención, aprender de los errores y que no “cabeceen dos veces dentro de nuestra área”. Porque, si lo permitimos, lo más probable es terminar sacando del medio.