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El axioma del “no” asegurado

no asegurado

La Real Academia Española define la palabra axioma como:

Proposición tan clara y evidente que se admite sin demostración.

Y sobre algo así de evidente tratará este artículo. Solo que, lo evidente, muchas veces se nos pasa por delante de los ojos sin darnos cuenta siquiera. “No hay peor ciego que quien no quiere ver” dice la frase.

Y el axioma del que te quiero hablar hoy es el del “no” asegurado.

Una de las peores torturas

Tener dificultades para decir que no a los demás es un mal que está extendido universalmente. Algunas culturas, como las de origen latino, lo encuentran más desafiante que otras, en especial cuando tenemos en cuenta la propensión de sus integrantes a buscar el afecto y la aceptación de los demás. Pero sin importar dónde miremos, siempre vamos a poder encontrar personas que sufren horrores para poder rechazar un pedido. O, peor aún, personas que ni siquiera logran hacerlo.

Existen muchísimas razones para decir que sí, cuando en realidad, queremos decir que no. Pero, desde mi experiencia como coach, las dos más frecuentes son:

Aprendimos a complacer a los demás. Muchas personas, en algún momento de su niñez, aprendieron que complacer a los demás es algo bueno, virtuoso. Por ejemplo, ser un buen niño o una buena niña, solía evitarles problemas en casa. Y, dependiendo de las consecuencias que acarreara meterse en problemas, muchos terminaron desarrollando desde una temprana edad la estrategia de ser “buenos” con los demás.

Por supuesto, una “buena” persona complace a los demás, intenta hacerles la vida más fácil a tal punto que, en ocasiones, se termina postergando a sí misma. Es tanto su afán por alegrar al prójimo, y tan profundo su miedo a decepcionarlo (miedo, en muchos casos, infundado… una proyección fantasiosa y no cuestionada de las consecuencias que tenía no ser bueno en la niñez), que terminan teniendo una única estrategia para operar en la vida: aceptar toda propuesta que se cruce por su camino.

  • ¿Podés encargarte de este proyecto? Claro (realidad: ya no doy abasto ni con mis propias responsabilidades).
  • ¿Vamos a jugar al fútbol mañana, después del trabajo? Me encantaría (realidad: estoy fundido, daría mi reino por descansar).
  • ¿Vamos a cenar? Qué buen plan (realidad: a esta altura del mes, no me queda ni un peso… bueno, mañana desayuno algo contundente así no tengo que gastar en almorzar).

Fallamos a la hora de dimensionar el compromiso que asumimos. Pensamos: “pero… ¿qué me cuesta? Si no me va a llevar tanto tiempo”. Y la realidad nos termina demostrando que las cosas suelen llevarnos más que lo que habíamos proyectado. Casi todos podemos sentirnos identificados con el haber aceptado hacer algo durante el fin de semana, para encontrarnos el lunes justificándonos de que jamás pensamos que nos tomaría tanto tiempo.

Por eso, es saludable comenzar a tener una “sana desconfianza” hacia nuestra capacidad para ejecutar. No somos tan rápidos como creemos, o las cosas son más complejas que lo que aparentan ser. Y, basados en esta desconfianza, empezar a rechazar propuestas con la razonable excusa de no tener suficiente tiempo.

El costo invisible

Pero no saber decir que no tiene costos muy grandes. Costos que, a veces, no son visibles a primera impresión, pero que dejan marcas muy profundas en nuestro mundo emocional.

El primero de ellos tiene que ver con nuestro propio sentido de dignidad. ¿Cómo te sentís con vos mismo cuando sabés que tenés que rechazar algo pero, al final, accedés a hacerlo? Pésimo, ¿no? Porque cuando las personas hacemos esto, nos contamos una historia que dice “no tengo elección”. Y el no tener elección es la antítesis al estado de libertad en que los seres humanos nos desarrollamos durante milenios. No tener elección te pone en una disposición psicológica esclavitud y eso pega de lleno en tu sentido de dignidad. El precio a pagar, entonces, es altísimo.

El segundo costo tiene un carácter más operativo pero, no por eso, menos importante. Como el tiempo es un recurso limitado, la consecuencia lógica e inevitable de ocuparnos de lo que importa a otros es que no nos queda tiempo para las cosas importantes para nosotros. Como dicen los anglosajones, esto es un no-brainer, una obviedad, algo que no requiere ponerle ni una pisca de cerebro por lo fácil que es de comprender.

El “no” está asegurado

El costo que describí en el párrafo anterior es el que nos lleva al axioma que da título a este artículo: el axioma del “no” asegurado.

Por mucho que te esfuerces por evitar decir que no, lo cierto es que siempre lo estarás haciendo. Lo que sucede es que, a veces, se lo vas a decir a los demás y otras te lo vas a decir a vos mismo.

Cuando decidís aceptar un pedido que deberías rechazar y, en el camino, postergás tus prioridades y deseos, también estás diciendo que no, pero a estos últimos. Esta es la cruda verdad.

Por eso, la próxima vez que te enfrentes a elegir entre tus intereses y los de los demás, te propongo que te tomes un minuto de reflexión antes de tomar una decisión. Preguntate: ¿a quién le quiero decir que no hoy, a los otros o a mí? Cualquier decisión que tomes será la que consideres correcta pero, al menos esta vez, va a haber sido tu propia elección. Y, con eso, vas a sentir que retuviste tu autonomía y tu poder personal.

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