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Sin cassette

sin cassette

Necesito iniciar esta reflexión con una explicación antropológica de su título, especialmente para los más jóvenes:

Antes de que existieran las plataformas de streaming musical, como Spotify, las personas estuchaban su música descargando unos archivos en un formato que se llamaba MP3. Quizás hayas oído hablar de ellos. Pero antes de eso, allá por los años ’90, la forma en que las personas consumíamos música era muy diferente. Por lo general, nos acercábamos a una “disquería” (¿sigue existiendo alguna?) y comprábamos unos círculos de policarbonato plástico de 12 cm de diámetro que se llamaban Compact Disc, aunque se conocían más popularmente como CD. Los CD fueron los primeros medios de almacenamiento digital que alcanzaron un uso masivo en la industria musical y cualquier persona mayor de 30 años los utilizó alguna vez.

Sin embargo, todavía antes de que el CD alcanzara su apogeo, el medio de reproducción musical por excelencia fueron unas cajitas plásticas con una cinta magnética adentro. Su nombre: cassette.  No voy a entrar en las virtudes y desgracias que conllevaba su uso (como los supuestos “mensajes satánicos” que se podían escuchar en las canciones de la animadora infantil brasileña Xuxa, una vez que dabas vuelta la cinta interior del cassette). Solo me voy a limitar a decir que era, sin dudas, el medio universalmente utilizado para escuchar cualquier mensaje grabado. Y, aunque no resultaba lo más ágil del mundo, podías reproducir esos mensajes una y otra vez.

Se puso el cassette

Pocas cosas pueden resultar más aburridas o pintorescas que escuchar a un futbolista hacer sus declaraciones después de un partido. Aburrido porque dicen siempre lo mismo:

  • “Sabíamos que iba a ser un rival complicado”
  • El fulbo siempre te da revancha
  • “Queríamos darle una alegría a la gente”
  • “Mientras las matemáticas den, vamos a luchar hasta el final»
  • “Estamos confiados de que en nuestra casa, con nuestra gente, lo podemos revertir»
  • “Son un equipo muy duro, bien trabajado”
  • Y el magistral cierre, sin importar lo que se haya hablado durante la entrevista: “No, gracia’ a vo’”.

Pero también las entrevistas post-partido son divertidísimas y muy pintorescas porque, en función del resultado, ya sabés cuál va a ser la declaración que tendrá lugar, al punto de poder anticipar el testimonio casi al pie de la letra. “¿Para qué lo mirás? Si siempre dicen lo mismo” me cuestiona mi mujer. Está claro quién es el miembro sensato de la pareja.

Esto llevó a que, allá por finales de los ’80 y principios de los ’90, cuando todavía el cassette estaba en su época de auge, se acuñara la frase “Declaró con el cassette puesto”. Simplemente, porque todas las apreciaciones del partido eran iguales, como una grabación.

Recomendación si querés pasar un buen rato: buscá en internet los compilados del cómico Mike Chouhy, personificando a «Juan Cassette».

Cuando señalás, un dedo apunta al señalado y cuatro apuntan a vos

Pero no nos la agarremos con los futbolistas. Por más que estén medianamente acostumbrados a hacerlo, participar de una entrevista en la TV no es lo más cómodo del mundo (lo digo por experiencia) y nadie está exento de encontrarse diciendo algo sin pensarlo demasiado, con la única aspiración de sonar mediamente coherente para salir rápido de la situación.

La cosa cambia, sin embargo, cuando nos ponemos “el cassette” en nuestras conversaciones internas, en las reflexiones que hacemos sobre la vida misma. Repetimos cosas que escuchamos alguna vez, que nos parecieron simpáticas, inteligentes o moralmente alineadas con nuestros valores, y empezamos a repetirlas sin sopesar si tienen sentido o son una verdadera insensatez.

Voy a compartir una que, en lo personal, me genera escozor cada vez que la escucho:

Cursé mis estudios superiores en la Universidad de Buenos Aires, una de las casas de estudio públicas de la Argentina. Como toda institución, tiene cosas buenas y cosas malas. Y, entre las que yo juzgo negativamente, está la tremenda burocracia y desorganización que rodea a toda la experiencia académica. Sin embargo, cada vez que uno hace referencia a ese desorden, la respuesta que muchos exalumnos esgrimen, hasta con cierto orgullo, es: “Es verdad, pero te prepara para la vida”.

Eso de que el desorden de la UBA «te prepara para la vida» es una frase que se transmite de generación en generación, como una declaración con el cassette puesto, que no resiste ni el menor análisis crítico. Te prepara para la vida. Ok… ¿para qué clase de vida? Para una vida burocrática, caótica y desorganizada, tal vez. Pero la vida no necesariamente es así. Existen infinidad de entornos ordenados y eficientes, que también merecen ser llamados “la vida”.

Además, a lo largo de mi carrera conocí a miles de profesionales competentes y exitosos que no estudiaron en la Universidad de Buenos Aires. ¿Cómo hicieron con semejante hándicap? Ellos no tuvieron el beneficio de haber sido “preparados” por ese desmadre y, sin embargo, lideraron carreras exitosas. ¿Será que no es tan necesario soportar semejante tortura para convertirte en un profesional competente?

No te mientas

El problema de declarar con el cassette puesto no se limita únicamente a la imagen que proyectamos al mundo. El verdadero problema está cuando terminamos creyéndonos la “grabación” que repetimos una y otra vez. Ya lo dijo el tristemente célebre Joseph Goebbels, ministro de propaganda nazi:

Una mentira, repetida adecuadamente mil veces, se convierte en una verdad.

Volviendo a la falacia de que la burocracia y la desorganización te preparan para la vida, puede sonar muy empoderador haber estudiado en una universidad así, pero repetir semejante disparate sin pensar sólo puede llevarte a negar los hechos y no hacer nada por mejorarlos. No tengo dudas de que, sin tanto pandemonio administrativo, la Universidad de Buenos Aires sería aún mejor de lo que es. Y mejorar no puede ser nunca algo malo.

Lo mismo se aplica cuando nos decimos, con el cassette puesto, que “yo soy así” (cualquiera sea el significado de “así”). Termina convirtiéndose una profecía autocumplida. O cuando decimos que no hacemos algo «porque lo analicé mejor y no me conviene» en lugar de reconocer que nos da un miedo colosal intentarlo.

Necesitamos, entonces, dejar de repetir frases hechas, por muy honorables que puedan sonar, y empezar a evaluar las cosas con un sentido crítico. Naturalmente, todos tenemos sesgos y puntos ciegos en nuestra interpretación de la realidad y nada nos garantiza que no cometamos errores en nuestras apreciaciones. Pero vivir con el cassette puesto es el camino seguro hacia el negacionismo y el estancamiento.

Por eso, lo mejor es compartir nuestras reflexiones con alguien más, ya que su mirada puede ampliar muchísimo nuestra comprensión de las circunstancias. Eso sí: compartir para poner a prueba nuestros juicios, no únicamente para tener razón y darle el brazo a torcer a los demás. Hacerlo para, como dice Ray Dalio, el exitoso inversionista estadounidense, pasar del «Tengo razón» al mucho más enriquecedor «¿Cómo sé que tengo razón?».

Lo único que realmente se necesita para esto es coraje. Porque encontrar la verdad, a veces, puede resultar doloroso. Pero siempre es mejor una verdad incómoda que una mentira confortable. ¿Estás de acuerdo?

Gracia’ a vo’ por leerme.

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