“A esta altura del partido” es una de las tantas frases coloquiales que usamos a diario en la Argentina cuyo origen se encuentra, obviamente, en el deporte que más nos gusta a los argentinos. Y se usa para expresar que algo está ocurriendo de manera muy inoportuna y a destiempo, que su momento adecuado ya pasó. Por ejemplo:
“¡Ya tengo 45 años! A esta altura del partido, si todavía no formé una familia, no lo voy a hacer más… quedará para otra vida”
Creo que todos, en algún momento, nos encontramos diciendo (al menos dentro de nuestras cabezas) que “a esta altura del partido” no haremos tal o cual cosa. Y es una verdadera lástima porque, generalmente, no somos nosotros quienes estamos diciendo eso. Es alguien más, solo que a través de nuestra boca o nuestros pensamientos.
¿Quién define las reglas del juego?
En el fútbol, existe un ente llamado International Football Association Board (IFAB) que es el responsable de la elaboración y modificación de las reglas de este hermoso deporte. Lo que la IFAB decide en sus reuniones anuales se transforma en las nuevas normas vigentes y todos deben atenerse a ellas. Por ejemplo, recientemente se dictó una norma por la que los arqueros no pueden tener interacción alguna con los ejecutantes de un penal con la intención de distraerlos o incomodarlos (la famosa “regla anti-Dibu Martínez”).
Pero en la vida no está tan claro quién pone las reglas, ya que todo lo que no está expresamente prohibido, está o debería estar permitido. Y eso deja un espacio muy amplio, demasiado amplio, para la creatividad y la disrupción. Por eso, para no convertirse en un pandemonio, las sociedades se van organizando alrededor de ciertos comportamientos aceptables y otros condenables moralmente, aunque no estén prohibidos en los hechos. Así se forman las culturas. Culturas que contemplan desde formas de vestir, de expresarse, de vincularse entre géneros, de consumir y también de establecer expectativas.
Y acá está el problema. Todos nosotros vivimos dentro de un marco cultural que, nos guste o no, condiciona nuestra mirada de la vida. De hecho, ese marco cultural ya existía y daba forma a los comportamientos de las personas mucho antes de que nosotros naciéramos. ¿Acaso alguien eligió el acento con el que habla? Nadie. Somos consecuencia y parte de la cultura en que vivimos. Y esto da forma a una buena porción de nuestro encanto personal, particularmente cuando visitamos otras latitudes, donde nuestros rasgos culturales despiertan curiosidad, cuando no admiración o simpatía.
Pero estar ciegos a la maera en que nuestra cultura nos condiciona es un camino seguro a la autopostergación y al desencanto.
Sé un poquito raro
Seamos honestos. Todos necesitamos encajar socialmente, sentirnos parte de un grupo de pertenencia. Quien no lo necesita en absoluto y, por lo tanto, va siempre en contra de la cultura y las leyes del lugar en que vive, es definido en la psicología como “sociópata” y no creo que sea un bello lugar en el que estar.
Pero ser un poquito raro también tiene su encanto porque te permite pensar de manera autónoma. Por el contrario, cuando decimos que “a esta altura del partido” no vamos a hacer X, Y o Z, no estamos haciendo otra cosa que dejarnos condicionar por nuestra cultura y por nuestra necesidad de encajar.
Porque “a esta altura del partido” ya tendría que haber formado una familia, o tener cierta posición económica, o haber terminado de estudiar, o gozar de cierto prestigio profesional. Así podría seguir un buen rato.
Pero la pregunta es: si hay algo que estás deseando fervientemente… ¿por qué vas a resignarte a no alcanzarlo (o peor aún, a no intentarlo) porque “a esta altura del partido” se supone que ya lo tendrías que haber logrado? ¡Qué desperdicio de vida! Es una renuncia total y absoluta a tu poder personal. Es entregarte mansamente al “qué dirán”.
Nunca es tarde para escribir tu historia
El mundo está lleno de personas exitosas que jamás hubieran triunfado si se hubiesen dicho a sí mismas que “a esta altura del partido” es demasiado tarde:
- En gastronomía, son emblemáticos los casos de Harland Sanders y Ray Kroc, que iniciaron KFC y McDonald’s a los 62 y 52 años respectivamente.
- En el ámbito del arte, Anna Mary Robertson Moses, cuyas pinturas llegaron a ser muy reconocidas en todo el mundo, comenzó a pintar a los 78 años después de retirarse de la agricultura.
- Y en el plano académico, en 2007 Nola Ochs se convirtió en la graduada universitaria más anciana del mundo al obtener su licenciatura en Historia a los 95 años.
Pero estos son sólo casos que han ganado cierta notoriedad pública. Muchos de nosotros también conocemos personas anónimas que se animaron a dar sus primeros pasos a una edad, presumiblemente, avanzada para los estándares sociales.
Es cierto que cuanto más pasa el tiempo, más mañas desarrollamos y más cansados nos sentimos. A veces, empezar a perseguir un sueño a cierta edad puede ser desafiante, en el mejor de los casos. Pero creo que nadie describió por qué vale la pena intentarlo mejor que Maya Angelou, la escritora y activista estadounidense. Dijo así:
No hay mayor agonía que llevar una historia no contada dentro de ti.
Y es que no hay mayor agonía que una vida de arrepentimientos, una vida en la que la pregunta “¿Qué hubiera pasado si…?” esté permanentemente revoloteando dentro de nosotros. Porque intentar y fallar es doloroso. Pero mucho más doloroso es no intentarlo y traicionarse a uno mismo. Nos debemos apostar por nuestros sueños, a esta o cualquier otra altura del partido.