Ustedes son muy jóvenes, pero había un tiempo en que los partidos de fútbol se jugaban los días domingo y, para leer las crónicas de aquellas épicas contiendas, no podías tomar tu teléfono móvil (no existían) y acceder a los trending topics del momento. Tenías que esperar al día siguiente, cuando los diarios (así se les dice a los periódicos en Argentina) narraban los eventos de la jornada anterior. Todos los futboleros esperábamos con ansiedad el famoso diario del lunes y, en base a él, las opiniones estaban a la orden del día.
“Yo te dije que tal jugador iba a meter un gol”
“¿Cómo no te diste cuenta de que tu equipo iba a hacer un papelón? Era tan obvio”
“Y sí… el cambio estaba cantado”
Todos, absolutamente todos, hablaban como si hubiesen sabido de antemano lo que iba a suceder durante los partidos del fin de semana. Solo que lo expresaban una vez que los hechos ya habían acontecido, no antes. De ahí que se inmortalizara la frase “con el diario del lunes, opina cualquiera”.
Es que es muy fácil asumir una postura contundente sobre los hechos cuando éstos ya tuvieron lugar y desarrollar una interminable serie de teorías sobre la supuesta superioridad de nuestros argumentos.
Tan fácil como injusto
La Real Academia Española define la palabra axioma como:
Proposición tan clara y evidente que se admite sin demostración.
Y acertar en tus opiniones y predicciones una vez que los acontecimientos ya ocurrieron cae, sin dudas, dentro de esta categoría. Pero esta costumbre, a la que llamo el axioma del diario del lunes, no solo es fácil de poner en práctica, también resulta bastante injusta y peligrosa.
Porque las personas somos brillantes para retorcer los hechos de forma tal que justifiquen nuestra postura. Una coma por aquí, una yuxtaposición por allá y voilá, lo que dije ayer ya no es lo mismo que sostengo hoy, sin riesgo de parecer un incoherente.
Pero, aunque en público logremos salvar las apariencias, cuando aplicamos el axioma del diario del lunes estamos cometiendo una tremenda injusticia hacia aquel que es objeto de nuestras sentencias. Y esa injustica altera nuestro vínculo con esa persona. Especialmente, cuando esa persona somos nosotros mismos.
No te juzgues con el diario del lunes
A lo largo de mi práctica como coach, son innumerables las veces que conversé con un cliente que sostenía, culposamente, que algo que le ocurrió era obvio, que debería haberse dado cuenta antes.
“¿Cómo no me di cuenta de que no iban a aceptar una propuesta así?”
“Tendría que haber sabido que me iban a hacer esa pregunta durante mi presentación”
Cuando evaluamos nuestro desempeño en retrospectiva, corremos el riesgo de que este axioma distorsione nuestra apreciación de lo sucedido. A la luz de los acontecimientos, es muy fácil caerse a uno mismo con dureza y sostener que las cosas, predeciblemente, iban a darse como se dieron. Pero así como es fácil, no resulta demasiado sensato.
Lo mismo ocurre cuando hacemos una evaluación positiva de nuestro desempeño, guiándonos únicamente por los resultados obtenidos, e ignorando la innumerable cantidad de coincidencias que, a veces, se presentan para allanar nuestro camino.
Una actitud más razonable sería juzgar nuestras acciones teniendo en cuenta la información con que contábamos al momento de tomar una decisión. Tal vez, al momento de optar por un curso de acción, me faltaba la información con la que cuento hoy, o no estaba preparado para comprender las repercusiones que mis actos podían tener, o tenía ciertos puntos ciegos.
Ninguno de nosotros está exento de haber actuado de un modo del que, más tarde, nos arrepentimos. Pero, otra vez, no deberíamos evaluarnos desde el lugar temporal en que nos encontramos ahora, sino que debemos hacerlo desde quien estaba siendo (qué sabía, qué era capaz de entender, qué dificultades estaba atravesando, etc.) en el momento en que actué.
La emoción que viene a nuestro rescate durante estos momentos es la compasión, que es un sentimiento de pena, de ternura e identificación ante los males de alguien. En este caso, de nosotros mismos.
No nos resulta tan difícil mostrarnos compasivos cuando un ser querido nos confiesa que cometió un error. Rápidamente, lo consolamos diciéndole: “No seas tan duro con vos mismo, cualquiera en tu posición hubiese actuado así”. Sin embargo, a nosotros nos medimos con una vara diferente.
Lo que vemos totalmente comprensible en otro, nos resulta inaceptable en nosotros mismos. Y esta forma de evaluarnos tiene efectos demoledores sobre nuestra autoestima porque terminamos poniéndonos en un lugar de insuficiencia y generando el caldo de cultivo perfecto para que el síndrome del impostor tome el control de nuestras vidas.
Por eso, no cometas la gran injusticia de evaluar tus éxitos y fracasos bajo la influencia del axioma del diario del lunes. Las personas más razonables y compasivas, las que en verdad quieren aprender de sus errores y crecer, comprenden que quien actuó como lo hizo no era la misma persona que hoy, a la luz de los hechos, se encuentra ponderando lo acontecido.
Quienes no están verdaderamente comprometidos con su crecimiento, en cambio, se aferran sólo a los resultados y terminan cayéndose a sí mismo (y a los demás) sin ninguna piedad. Pero con el diario del lunes, opina cualquiera.